No es que el mundo siempre decepcione, es que tienes las expectativas muy altas
- Julian Ramirez Reyes
- 8 abr
- 2 Min. de lectura
Hay una frase que no me deja en paz últimamente: “No es que el mundo siempre decepcione, es que tienes las expectativas muy altas.”
Y cuanto más la pienso, más me convenzo de que es verdad. No porque yo esté esperando cosas imposibles, sino porque —lamentablemente— he vivido suficiente como para notar que el mundo profesional, en muchos aspectos, se está llenando de gente que simplemente no está preparada para estar donde está.
No se trata solo de una decepción puntual. Es algo que he visto repetirse una y otra vez. Un técnico que “arregla” un celular y lo deja peor. Un ortopedista que arruina la carrera de un jugador por un mal diagnóstico. Un entrenador que no tiene idea de lo que enseña. Un relojero que en vez de reparar, maquilla. Médicos que no saben responder preguntas básicas. Profesionales que no lo son.
Y uno se pregunta: ¿en qué momento dejamos de hacer las cosas bien? ¿Cuándo fue que tener el cargo se volvió más importante que merecerlo?
Yo crecí pensando que si uno se dedicaba a algo, lo mínimo era hacerlo bien. Que ser profesional no era solo cobrar por un servicio, sino tener el conocimiento, la ética y la responsabilidad de ejercerlo con compromiso. Pero parece que eso ya no es la norma. Hoy en día, cualquiera se mete a hacer cualquier cosa, y lo hace a medias. Sin pasión, sin cuidado, sin respeto por el otro.
Y claro, cuando uno se mueve con ese tipo de expectativas —esperando encontrar en cada profesional a alguien competente—, la realidad te da una cachetada. No una vez. Varias veces. Hasta que ya no sabes si estás esperando demasiado… o si, simplemente, el estándar general ha caído tanto que hasta lo básico parece mucho pedir.
Y sí, te afecta. Porque no es solo que el trabajo esté mal hecho. Es la sensación de impotencia. De saber que hay alguien allá afuera que lo haría mejor, pero que no tiene el puesto, no tiene la visibilidad, o no tuvo la suerte. Mientras tanto, los que sí están, desperdician la oportunidad de hacer algo bien.
¿Y qué hace uno con eso? ¿Cómo se convive con una expectativa tan rota?He intentado ajustarla, pero la verdad, no tengo una fórmula. La única respuesta que he encontrado hasta ahora —y no es una buena— es la resignación. Entender que no todo el mundo es profesional aunque se diga profesional. Que muchos son mediocres y están cómodos así. Y que si esperas excelencia en cada esquina, lo más probable es que salgas decepcionado.
No tengo un mensaje esperanzador con el que cerrar este texto. Solo una idea que me ronda:Quizás el mundo no necesita que bajemos nuestras expectativas. Quizás lo que necesita es que más personas empiecen a subir las suyas.
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