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Todos queremos que las cosas cambien, pero no cambiar

Actualizado: 8 abr

Vivimos en un mundo que se queja. Se queja de lo mal que están las cosas en el trabajo, en la universidad, en la política, en la sociedad. Y lo decimos con convicción, como si solo al nombrarlo estuviéramos haciendo algo por solucionarlo.


Pero hay una verdad incómoda que pocos quieren aceptar:

Todos queremos que las cosas cambien, pero no queremos cambiar.


Lo he vivido. En entornos profesionales donde la inconformidad es pan de cada día, donde todo el mundo sabe lo que está mal, pero nadie da un paso. Se adaptan. Se acomodan. Aprenden a vivir dentro del problema. Porque sí, luchar es incómodo. Requiere más que palabras: requiere acción, exposición, decisión… y eso es terreno peligroso.


Y aunque me ha tocado momentos en los que deseaba que algo cambiara y no estaba en mis manos hacerlo, jamás me vi capaz de quedarme mucho tiempo ahí. A veces, la salida es el único acto de dignidad. Pero también queda ese sabor amargo: “¿Y si hubiera luchado antes de irme?”


Lo frustrante de todo esto no es solo que las cosas estén mal, sino que nadie parece realmente dispuesto a transformarse para que mejoren. Nos quejamos de la corrupción, de la injusticia, del conformismo, de lo mal que funcionan los sistemas… pero si miramos adentro, ¿realmente estamos haciendo algo distinto? ¿O solo nos adaptamos igual que todos?


El cambio da miedo, sí. Pero más que miedo, lo que nos frena es la comodidad.

Nos acostumbramos. Nos anestesiamos. Nos conformamos.


¿Y qué se necesita para romper eso? Deseo. Hambre. Un egoísmo empático. Ese impulso de decir: “Quiero ser mejor por mí, pero también porque sé que cuando yo cambio, el mundo a mi alrededor también cambia.”


No hablo desde la teoría. Yo también he tenido que transformarme. Llegué a trabajar en ligas profesionales porque no me conformé con lo que me enseñaron en la universidad. Nunca esperé que alguien me diera las herramientas: fui y las busqué. Porque entendí que si quiero ser un profesional de verdad, no puedo esperar que el sistema cambie para mí… tengo que ser yo el cambio que el sistema necesita.


Este artículo no es solo una crítica. Es una invitación.

A dejar de mirar hacia afuera esperando que todo mejore.

A dejar de adaptarnos a lo que sabemos que está mal.

A dejar de quejarnos sin actuar.


Porque tal vez —solo tal vez— si todos nos atreviéramos a cambiar individualmente, podríamos lograr ese gran cambio colectivo que tanto anhelamos.

 
 
 

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